La muerte ayer en Ginebra de Roland Petit (Villemomble, Francia, 1924) supone la desaparición de uno de los más grandes coreógrafos del siglo XX. Jean Cocteau se refirió a él como la reencarnación de las cenizas del Fénix inolvidable de Serge Diaghilev. Y es que, como el célebre mecenas de principios del siglo XX, Roland Petit reunió en torno a sus coreografías a grandes talentos de la pintura, la música y la literatura, desde el propio Cocteau hasta Pablo Picasso, pasando por Georges Simenon, Orson Welles, Yves Saint-Laurent, Leonor Fini, Jean Anouilh, Antoni Clavé, Michel Legrand o Leo Ferré.
Roland Petit creía en la danza como arte aglutinador de otras disciplinas, abogaba por la expresividad y la teatralidad. Su eclecticismo a la hora de encontrar inspiración para sus creaciones —la última «Saturday night fever», sobre la música de Bee Gees, data de hace tan sólo tres años, y vio la luz en el Palau de les Arts de Valencia— fue extraordinario, y lo mismo se basó en Bach que en Duke Ellington, en Lampedusa que en Arnold Schönberg o Pink Floyd.
Con el lenguaje académico como punto de partida, Roland Petit supo quebrarlo para dar a sus creaciones tintes contemporáneos: en ellas se combinan una gran libertad de movimientos y una asunción de conceptos y vocabularios nuevos. La bailarina María Giménez, que trabajó estrechamente con él durante varios años —al igual que Lucía Lacarra, una de las últimas musas del coreógrafo—, decía hace unos años en ABC: «Se preocupa del carácter, de la feminidad. Además todos sus ballets cuidan mucho la musicalidad. Los clásicos siempre serán los clásicos y tendrán su sitio de honor, pero una mirada nueva de los grandes creadores ayuda a unir nuevos conceptos. Para ello siempre se ha rodeado de los mejores en su especialidad, en aspectos como el vestuario o la música. Eso es algo que también he aprendido de él».
Roland Petit tenía nueve años cuando ingresó en la Escuela de la Ópera de París. Siete años después entró en el cuerpo de baile. En 1946, después de dejar la compañía, creó los Ballets des Champs-Élysées, donde inició su carrera de coreógrafo, con piezas como «Le jeune homme et la mort» (que Mikhail Baryshnikov bailaba en la primera escena de la película «Noches de sol»). Allí conoció también a la que sería su mujer, Renée (Zizi) Jeanmaire, con la que se casaría en 1954. Antes había fundado los Ballets de Paris-Roland Petit y había logrado un extraordinario éxito en Londres con el estreno de «Carmen».
Fue esta versión del mito de la cigarrera sevillana el que dio a Petit el espaldarazo internacional y le abrió las puertas del cine. Realizó las coreografías de películas como «Hans Christian Andersen», protagonizada por Danny Kaye; «Papá piernas largas», con Fred Astaire y Leslie Caron; y «Anything goes», con Bing Crosby.
En 1965 volvió a la Ópera de París, donde creará uno de sus más destacados trabajos: «Notre-Dame-de-Paris», y cinco años más tarde sería nombrado director del ballet del coliseo francés. Dimitió, sin embargo, a los seis meses, y prosiguió su trabajo en distintas compañías, hasta que en 1972 fue nombrado director de los Ballets de Marsella, al que en 1981 añadiría su nombre. Sus trabajos figuran también en el repertorio de compañías como el American Ballet Theatre, la Staats Oper de Berlín, la Scala de Milán, el San Francisco Ballet o el Colón de Buenos Aires.
No me parece bien que me tena que enterar de la existencia de este genio por su muerte.
MC.
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